La Revista Rotación en su edición de enero-febrero de 2021 ha publicado la Tribuna de Juan Diaz Cano, Presidente de la Real Liga Naval Española.
Inglaterra me hizo así
Con motivo del reciente acuerdo alcanzado entre el Reino Unido y la Unión Europea a cuenta del Brexit vino a mi mente el título de esta novela de Graham Greene en la que, en esencia, el autor, en una novela liviana perfectamente prescindible, defiende los valores éticos británicos frente a la corrupción, el oportunismo y la decadencia.
En realidad, no cabe mayor despropósito que esta defensa de los supuestos valores británicos. Sin embargo, Greene, se ajustaba, si bien desde la izquierda, a la glosa colectiva de la superioridad moral británica. Ejemplo similar encontramos en la obra de Lytton Strachey, Victorianos Eminentes.
La desaparición del imperio británico se consumó bajo el malhadado gobierno de Churchill que propiciase la hipoteca del futuro británico a los intereses norteamericanos a través de la ley de préstamo y arriendo que permitió al Reino Unido resistir el embate alemán de la segunda guerra mundial hasta la entrada en liza de rusos y norteamericanos.
Finalizada la guerra, el Reino Unido asume, muy a su pesar, su nuevo papel de potencia venida a menos, y lo hace refugiándose en la entelequia comercial y administrativa de la Commonwealth. Así sortea la década de los cincuenta del siglo pasado con el apoyo inicial del Plan Marshall.
Sin gran convencimiento, en el año 1962 el Reino Unido solicita su ingreso en la Comunidad Económica Europea. La falta de impulso integrador por parte británica y la pasiva oposición de Charles de Gaulle harán que las negociaciones de entrada precisen de once largos años para que la integración se produzca. Una integración nunca completa pues los británicos siempre fueron dentro del entramado europeo (CEE, CE, UE) un verso suelto. El Reino Unido nunca se sintió europeo y ello explica básicamente la génesis del Brexit.
“En Europa se acepta la derrota bajo la justificación de que es siempre mejor un mal acuerdo que un desacuerdo”
Llegados a este punto, a pocos pudo sorprender que un referéndum, el 23 de junio de 2016, se saldase con la petición británica de abandono del marco comunitario europeo. Desde ese entonces, cuatro años y medio de conversaciones han concluido en la firma de un acuerdo en el que, como era de esperar, los británicos se han llevado la mejor parte de los gananciales. Dos siglos como potencia dominante han creado en el Reino Unido una clase política y diplomática comprometida con la idea de “ante todo, Inglaterra”.
Debo reconocer que mis sentimientos hacia los británicos siempre se han debatido entre la admiración y el desprecio. He admirado su patriotismo elitista consolidado a través de su tradición universitaria. No en vano sólo Oxford y Cambridge han proporcionado al país 62 primeros ministros y 145 premios Nobel. Baste fijarse en los lemas de estas universidades (“Hinc lucem et pocula sacra” y “Dominus Illu-minatio Me”) para entender este sentimiento elitista de país. Por otro lado, junto a esta admiración, he sentido el desprecio por la bajeza moral y la falta de escrúpulos de que han venido haciendo gala los británicos a lo largo de la Historia. La Historia británica nada tiene de ejemplar. La piratería, las patentes de corso, los exterminios indígenas, los expolios coloniales, las guerras del opio, la rebelión de los cipayos o Rodesia así lo atestiguan.
Al margen de estas disquisiciones histórico-personales, parece evidente que el Brexit se ha saldado con un triunfo británico. Recordemos que, de los puntos a negociar, el 43% se ha saldado en favor británico, el 17% en favor comunitario y el 40% restante responde a compromisos compartidos. En Europa se acepta la derrota bajo la justificación de que es siempre mejor un mal acuerdo que un desacuerdo. Estoy convencido que cuando se analicen en profundidad las 1.246 páginas del acuerdo, los británicos habrán colado más de un nuevo caballo de Troya que dificulte la práctica del acuerdo alcanzado.
El último escollo para cerrar el acuerdo fue el tema de la pesca. Asunto en el que los negociadores británicos envolvieron a sus colegas europeos en una densa niebla para arrancarles una cesión del 25% de los derechos pesca cuando la pesca para el Reino Unido es un sector minoritario que apenas representa el 0,1% de su PIB. Como es de imaginar los grandes perjudicados de este acuerdo puntual son los 88 barcos españoles que faenan en aguas británicas. ¿Alguien ha oído al ministro español de pesca manifestarse al respecto? Me temo que no. Desgraciadamente, no estudió en Oxford.
El acuerdo deja también abierto y sin resolver el conflicto con Gibraltar, que deberá ser negociado entre los ministros de Asuntos Exteriores de Inglaterra y España. Por parte británica, Dominic Raab (Oxford/Cambrigde) y Stephen Barclay (Sundhurst/Cambridge). Por parte española, ya saben: my tailor is rich.