«Tras varios días de reposo mental para que todos los sentimientos provocados por el viaje se apaciguaran, voy a intentar narrar toda la satisfacción y entusiasmo que la travesía provocó en mí.

La expectación que me produjo haber sido uno de los dos afortunados miembros de la Real Liga Naval Española para realizar este viaje (del 17 al 21 de julio de 2013), hizo que el disfrute comenzara allá por el mes de enero de este año 2023.

Para comenzar la experiencia decidí viajar en tren desde Madrid, evitando así imprevistos con los aviones. Marín despertaba de su resaca festiva: los bares, desabastecidos, complicaron mi almuerzo. Tras un frugal tentempié me dirigí a mi ansiado destino. Al traspasar el umbral de la Escuela Naval de Marín y adivinar la arboladura del barco tras unos edificios, atisbando la impresionante y blanca silueta del barco enmarcada por el fascinante fondo de verdes colinas de la ría de Pontevedra con un radiante cielo azul, pude augurar que el sueño comenzaba a hacerse realidad. Y mientras, el corazón comenzaba a encogerse.

Con varias fotos hechas y las consabidas llamadas a casa anunciando la llegada y próximo embarque, por fin, a las 15:00 horas de un gallegamente soleado y apacible 17 de julio, procedí a acceder al barco por la empinada pasarela. Al alcanzar la cubierta sentí que aquello era el inicio de la materialización de una ilusión de toda la vida: embarcaba en el Juan Sebastián de Elcano con el fin de disfrutar de cinco días de navegación, durante su travesía hasta Cádiz.

Una vez identificados, fuimos conducidos en grupos a los sollados de guardiamarinas para asignarnos una litera y arranchar el equipaje que, aunque breve, costó más de un intento introducir con cierto orden en las taquillas adjudicadas. Pensé en cómo unos jóvenes de 20 años podrían ser capaces de organizar todos los uniformes necesarios para diversos climas y situaciones en tan reducido espacio.

Posteriormente reunidos en cubierta, fuimos despedidos por las autoridades marítimas y, tras unas cálidas palabras de bienvenida del Comandante, C.N. Manuel García Ruiz, ordenándonos disfrutar y aprovechar la oportunidad que estaba a punto de comenzar, zarpamos al son del pasodoble El gato montés interpretados por la banda de música del barco».

Fuera del puerto y acompañados por diversas embarcaciones de recreo, se inició el izado de las velas, dirigido a toque de chifle por contramaestres, convirtiendo a toda la dotación en un equipo que coreográficamente hacía que las velas fueran tomando vida al darlas para realizar su labor.

Al dejar la isla de Ons por la aleta de estribor, un agradable viento de noroeste nos empujaba plácidamente hacia el sur.

Una vez informados sobre los pormenores de la vida a bordo, fuimos repartidos en diversos grupos de unos 20 miembros aproximadamente para una más fácil maniobrabilidad a la hora de organizar turnos de comidas y cenas.

Los días transcurrieron excesivamente rápidos, repletos de actividades interesantes y enriquecedoras, pero apacibles y sin llegar a ocuparnos frenéticamente, favoreciendo el contacto con el resto invitados, lo cual me permitió constatar que éramos afortunados representantes de una parte de la sociedad que comparte el interés por el mar y sus gentes.

Es reseñable la exquisita delicadeza con la que los invitados fuimos tratados en todo momento por parte de la dotación y la cordialidad con la que entre ellos mismos se trataban. Con el paso de los días y las millas fui entendiendo por qué.

Cabe destacar el concierto con el que la banda del barco amenizaba cada jornada al ocaso y que, sin duda, contribuía a romper con la rutina y a hacer que los invitados y la dotación, libre de guardias, descubriéramos otras facetas de los compañeros. (fotos 7 y 7.1)

     

Cualquiera que haya navegado algo sabe que compartir un espacio pequeño con extraños acaba siendo una posible fuente de problemas, sobre todo si las situaciones vividas no son siempre agradables y, más aún, si el tiempo se va prolongando. La solución para evitarlos radica, según el Comandante, en no considerarse extraños, en considerarse miembros de un equipo, o mejor de una familia, haciendo así que los inconvenientes se sobrelleven de mejor manera. Pues bien, la dotación completa, desde los miembros de la marinería hasta el Comandante, fue capaz de hacernos sentir cómo es posible convivir seis meses en las reducidas dimensiones del barco y en las condiciones más difíciles, duras y exigentes. Hay que recordar que en el último crucero de instrucción el barco cruzó por primera vez a vela el Cabo de Hornos y en otra ocasión tuvo que maniobrar para huir de un huracán.

Una de las actividades cotidianas, después del aseo personal y desayuno, consistía en asistir a los briefing meteorológicos y de derrota que los oficiales habitualmente ofrecen al Comandante, al segundo Comandante y, en este caso, al nuevo Comandante -que sólo unos días después de nuestra llegada a Cádiz tomaría el relevo en el mando del barco- y al resto de la oficialidad. En ellos se expone la situación de las últimas horas y se anticipa el pronóstico para las próximas, sugiriendo al Comandante las consideraciones necesarias sobre rumbo y arboladura o máquina necesaria para cumplir con el objetivo propuesto. Todo ello llevado a cabo con exquisita profesionalidad y respeto, como no podía ser de otra manera, pero con algún deje humorístico agradecido por todos, señal de que Cádiz estaba a unos pocos días. Entre otras, se sucedían actividades como subidas a palos, prácticas de seguridad, realización de nudos…

                                                                                         

Especialmente emotiva fue la ceremonia de Leyes Penales que tuvo lugar en la toldilla, realizada después de la conferencia sobre el paso del Cabo de Hornos, donde, con uniforme de gala, el Comandante impone las condecoraciones obtenidas por los miembros de la dotación en los últimos meses y homenajea a los miembros que dejan la Armada, muchos de ellos a su pesar, por jubilación.

No puedo dejar de mencionar el honor que supuso compartir la última cena a bordo con el Comandante, que tuvo lugar en su cámara, rodeados de recuerdos de las recaladas del barco por el mundo entero, siendo seis los invitados, entre ellos los dos miembros de la RLNE. Durante su transcurso, se habló relajadamente sobre la misión de formación y representación del barco, así como de otros diversos temas que fueron saliendo en la distendida velada.

Una de las figuras importantes en el barco es la del Pater, quien cada día celebra un acto religioso en la recoleta capilla del barco, para reconfortar espíritus y almas, y que entrada la noche nos ofreció un particular avistamiento de estrellas que, amenizado con su amplio conocimiento tanto de estos cuerpos celestes como de la mitología clásica, cautivó a quienes participamos en él.

Ya en la bahía de Cádiz, la emoción de la próxima llegada a casa era palpable en las sonrisas de la dotación. Del mismo modo, el recibimiento por parte de las numerosas embarcaciones que salieron a nuestro encuentro resultó muy emotivo, haciéndonos imaginar cómo debería ser este momento en los siglos XVI y siguientes.

                                                                                                         

Próximos al muelle, la música de la banda se oía a la par que el murmullo de los asistentes, familiares de la dotación que abarrotaban el muelle de atraque y que ansiosamente esperaban el regreso a casa después de muchos meses de ausencia. A su vez, la alegría del regreso se mezclaba con el orgullo de haber cumplido la misión del barco un año más, la de haber representado a España en todos los puertos donde había recalado. Cuando se dio la primera amarra, amenizada por la música de la banda, como no podía ser de otra manera, fue como sentir el abrazo de una madre que acoge a sus hijos: Cádiz quiere al barco como si así fuera y su dotación así lo entiende.

                                                                                                         

En resumen, puedo decir que he experimentado un conjunto de sensaciones intensas que han calado muy hondo en mi interior, yendo mucho más allá de lo previsible, que era navegar en este formidable y casi centenario barco. Hemos sido partícipes de una exclusiva experiencia que sin duda perdurará para toda la vida en quien haya tenido el privilegio de disfrutarla».

Rodolfo Esteban Alcántara

Socio de la RLNE.