Antes de entrar en el fondo de la cuestión, vaya por delante que hasta el día de hoy (Línea de Fuego) he sido un ferviente lector de Arturo Pérez-Reverte. Me inicié en su mundo literario con la Tabla de Flandes, novela que terminé esperando una maleta que, ensimismado en su lectura, casi pierdo en el aeropuerto de Lanzarote. Me interné posteriormente en ese mundo literario del derrotismo heroico revertiano a través del capitán Alatriste, y del resto de novelas que conforman su trayectoria. Me cautivó especialmente El Maestro de Esgrima, leí con interés novelas posteriores (El tango de la vieja guardia, La reina del sur, La carta esférica, etc) y me entretuve con la serie Falcó.
Aclarado, creo, este asunto, paso a comentar algo acontecido con la reciente reapertura del Museo Naval de Madrid. Bajo la nueva dirección del Museo, se tomó la decisión de retirar de sus salas el cuadro de Ferrer Dalmau, El último combate del Glorioso. El cuadro representa el momento final en el que el buque español, totalmente destrozado y desarbolado se rinde ante la superioridad numérica de la flota inglesa. Cierto es que el buque español rinde sus armas con el honor de haber combatido sucesivamente contra una docena de barcos ingleses. También es cierto que esto no lo explica el cuadro.
El lienzo, cuyo final no debería ser otro que la sala de peines del Museo, desaparece de sus salas porque, por fin, una nueva filosofía se ha impuesto entre los responsables museísticos. La idea es la de resaltar las victorias de nuestros marinos y no recrearse en esas derrotas heroicas que tanto gustan al inconsciente colectivo español.
Retirado el cuadro, Pérez-Reverte, a quien honra su código de amistad con Ferrer Dalmau, se ha venido despachando a gusto contra un almirante a quien acusa de “torpeza deliberada y hasta peligrosa”. Nada más lejos de la realidad.
Me alegra comprobar cómo desde algunos estamentos oficiales españoles comienza a calar la idea de reescribir correctamente nuestra historia. Vale ya de llorar por las esquinas pidiendo perdón por un pasado que injustamente otros han escrito. Es una verdad incontestable que la historia la escriben los vencedores. Desgraciadamente, esto nunca ocurrió en España. Siglos de imperio y de innumerables victorias militares españolas han acabado sucumbiendo a la falsaria historiografía anglosajona.
Doy la enhorabuena a ese almirante, a quien inicialmente Reverte no ponía nombre en sus artículos, por iniciar dentro de la Armada Española este camino de reivindicación histórica. La pataleta de Reverte solo responde a un ataque de soberbia propia de un escritor que ha acabado sucumbiendo al personaje que él mismo ha creado y fomentado. Un personaje que no se acerca ni de lejos a sus admirados Conrad o Hemingway.
Siendo justos, cabe encontrar también una explicación desde el punto de vista pragmático a la actuación de Reverte, pues nadie está dispuesto a renunciar a aquello que le funciona, en su caso, la literatura derrotista heroica.
España no necesita derrotas, necesita que la verdad histórica fluya. Tan solo eso.